miércoles, 17 de noviembre de 2010

Luis García Berlanga



«El dolor me jode, pero morirme me jode más», decía hasta hace poco este gran cineasta,  que fue menos popular que Luis Buñuel fuera de España, pero su obra está a la misma altura, aunque en otro registro. Sus análisis costumbristas, su capacidad para la sátira sutil son una referencia permanente para entender la España entre 1950 y 1980.
Sin excusas intelectuales, Berlanga era un constructor de fallas, un creador de ninots capaces de representar todos los excesos, y también todas las bondades, de una sociedad que se estaba inventando a sí misma después de la Guerra Civil. Fue pionero en tratar en clave de comedia esa contienda con La vaquilla, una película tal vez menor, pero muy significativa de su capacidad de transgresión.
Lo cierto es que Berlanga filmó siempre la misma película genial, la que todos los días protagonizamos con nuestras vidas.

La vida de Luis Berlanga, según él mismo reconocía, es la de «un señorito de provincias». Hijo y nieto de políticos valencianos, nunca sufrió penurias económicas, ni en su Valencia natal ni en Madrid, adonde llegó pensando en ser pintor o arquitecto y donde acabó formando parte de la primera promoción que salió de la Escuela de Cine. Consciente de su situación privilegiada y poco dado a la hipocresía, Berlanga escandalizó a muchos en su día al decir que para él la Guerra Civil, que le pilló con 15 años, habían sido «unas largas vacaciones». Con mucho tiempo libre y sin grandes responsabilidades, se dedicó a divertirse con amigos y a «intelectualizarse». Ya entonces leía todo lo que caía en sus manos y caían muchos libros, porque, confiesa, los robaba en las librerías.

Las cosas se complicaron al final de la guerra cuando su padre, un hombre del Frente Popular que había huido de la zona republicana por amenazas de su propia gente, fue detenido por los nacionales y condenado a muerte. Este trágico hecho hizo que Berlanga se alistase en la División Azul para congraciarse con el régimen y evitar así la ejecución de su padre, aunque él bromea con que también lo hizo para seducir a una chica e impresionarla por su valentía. Los meses que pasó en el frente ruso fueron terribles, por el frío -hasta 45 grados bajo cero- y por el miedo. Él dice estar orgulloso de no haber disparado un tiro mientras estuvo en el frente, pero eso no le impidió ver morir a uno de sus amigos. Además, su paso por la División Azul no sirvió para ayudar a su padre. Lo que evitó que fuese ejecutado, según cuenta la familia, fue «el estraperlo de la muerte», es decir, dinero que la familia pagó a un matrimonio con capacidad de influir en quienes tenían el poder de decidir quién era ejecutado. La condena de su padre se conmutó en 1952, pero él murió a los seis meses; según Berlanga, a causa del terror que vivió aquellos años encerrado.
¿Qué opinaba sobre políticos actuales? No opinaba, pero es que no lo ha hecho nunca. No quiere hablar de ninguno y eso que en algún momento los frecuentó a todos. Fue de los que iban a La Bodeguilla de Felipe González en la Moncloa, pero «entre Felipe y yo no había química, para nada». A los políticos actuales no los conoce, ni quiere «la crispación me da mucho miedo. Es igual que en el 36. Y ahora hay mucha crispación. La gente no sabe lo que hace» decía. Su fe en la sociedad era nula. Sólo creía en el individuo. Su hijo lo define como burgués liberal. Pero él negaba a definirse, por definición.  
La derecha lo consideró un enemigo. Cuentan la anécdota de que Franco en un consejo de ministros dijo de él que no era un comunista, sino algo mucho peor, un mal español. Pero la izquierda tampoco lo quería porque no lo veía comprometido. Y desde luego no lo estaba, porque su espíritu individualista se encontraba a años luz de cualquier sindicalismo, incluso de cualquier partido. Berlanga jamás ha firmado un manifiesto de nada. «Él nunca ha creído en ningún movimiento colectivo. Siempre ha dicho que su pensamiento no corresponde a una generalidad. Para él, lo más importante y admirable del ser humano es la independencia. Y lo llevaba a rajatabla.», comentaba su hijo Jose Luis Garcia-Berlanga

Berlanga fue muy exigente en todos sus filmes, muy detallista. Ensayaba mucho antes de rodar y repetía las tomas tantas veces como podía. Y casi nunca por los actores protagonistas, sino por los que están en segundo plano, por el «ambiente». Siempre creyó que la clave estaba en la atmósfera y que eso se creaba con los figurantes. 

Gracias, por lo que nos has dejado, tus formas de ver, de pensar,...............y por supuesto por tus películas.